Sevilla en silencio es una contradicción que asusta

Anotaciones en el confinamiento.

Barriada del Carmen. La Macarena. Sevilla. Marzo a Mayo 2020

En un super chino del barrio una mujer pregunta apresurada por gel hidroalcohólico, la dependienta le señala un pasillo, después de buscar la mujer responde con enfado que ese no es el que quiere y se va sin mirar a la cara y sin decir adiós. La dependienta y posiblemente dueña del establecimiento está detrás de una mampara de plástico con mascarilla y guantes, un chaval la fotografía con su móvil desde la calle, esa protección es muy llamativa en ese momento, desde luego ningún otro comercio del barrio tiene algo parecido.
 

A los dos días de esta escena ya se ha decretado el confinamiento y el mismo super chino está cerrado a mediodía, la primera vez que lo veo así en mis cinco años en el barrio, han colgado un cartel “CERRADO POR DESCANSO”, una excusa inocente.

Primer día de confinamiento, lo más llamativo es el silencio, Sevilla en silencio es una contradicción que asusta. No está el característico bullicio del barrio ni el tráfico constante de la avenida.

Escucharé sobre todo a los pájaros, también las poleas oxidadas de los tendederos y dos tipos sirenas, las de las ambulancias, largas y agudas, y las de la policía y el ejército, que advierten con un toque corto y grave. Los primeros días utilizan también el megáfono “Quédense en su casa. Estamos en estado de alarma”.

El miedo al desabastecimiento, al caos, a que el sistema colapse, está muy presente las dos primeras semanas. Los profesionales de supervivencia social, antes menospreciados y casi invisibles (agricultores, repartidores, limpiadores, etc) de repente son aclamados como héroes, pienso que todos somos hipócritas aunque cueste reconocerlo.

El repartidor del pan con su mascarilla se niega cuando le pido una fotografía, me dice que no se siente muy seguro con la situación, que hay gente que ha amenazado con denunciarle por repartir el pan a domicilio. Agarra el cesto de mimbre con los guantes de plástico y se va escaleras arriba a dejar las bolsas en los pomos.
 

La limpiadora de la escalera viene los martes, sigue viniendo el primer martes de confinamiento, limpia rápido, pasa los cubos de fregona por el ascensor de una planta a otra, sin levantar la mirada del suelo y las barandillas y se va.
Por la mañana me levanto pronto, me echo con el portátil en el sofá junto a la ventana abierta, a veces tengo ideas nuevas y me siento renovado, otras veces soy incapaz de concentrarme, los clientes llaman cancelando y aplazando trabajos, algunas noches cuesta dormir.

Sumo días con pocos sonidos a la cuenta, echo de menos el de la furgoneta anunciando fresas o naranjas a kilos, echo de menos la flauta de pan del afilaor, siempre lo disfruto como un recuerdo vivo de mi infancia.
El aplauso de las 20:00 a los sanitarios me parece una resistencia al silencio, una señal de vida.

Hay otras resistencias al silencio, es por la mañana y la vecina del segundo ha puesto flamenquito-pop, conocen el tema y cantan alegres. “Hay quien dice que no somos buenos y es que hemos nacío con duende”. La hija discute después con la madre mientras la canción sigue sonando, en estos pisos se conoce bien a los vecinos porque se escucha todo, “tu te callas que eres una mocita”, tema zanjado.
Otro día escucho a una vecina animando desde una ventana “¡Ole ese panadero! ¡que no nos falte el pan!”. Días después, en la tercera semana de confinamiento, el repartidor por fin llegaría anunciándose como de costumbre “¡Panaerooo!”.

Durante el confinamiento me siento demasiado espectador; las ventanas, el televisor y el móvil son los protagonistas.
Llamo a la familia mientras en la televisión aparecen políticos que sólo se ponen de acuerdo en decir “y tu más”. Aparece otra vez la curva de fallecidos.

Se que hay otras muchas curvas peligrosas; la curva del derroche de recursos, la curva de la superpoblación, la curva de la temperatura global, etc, que nos llevan con paso firme de una “nueva normalidad” a otra cada vez peor, camino de la extinción.
Me digo que trataré de ser útil en concienciar, en comunicar estos peligros y combatirlos, creo que el valor de alguien depende de lo útil que sea para la sociedad, la pandemia me lo ha confirmado.

A partir de la semana del 27 de Abril (44 del confinamiento) y Lunes de no-Feria en Sevilla se notó un cambio en la calle por que se comenzó a permitir a los niños hacer pequeñas (y polémicas) salidas acompañados de adultos.
Mientras saco a la perra reparo, aún con poca perspectiva temporal, el tamaño de la gris y tensa resignación que me acompañaba a cada salida el mes y pico anterior, en la que no cruzaba una calle de más y llevar la cámara al cuello lo sentía como un grave atrevimiento por hacer un recuerdo local de este momento. A partir de ese lunes las cosas parecían mejorar y en concreto las salidas tenían un aire distinto, pero queda mucho por delante.

El super chino, con su cartel “CERRADO POR DESCANSO”, a diferencia del resto de establecimientos de alimentación sigue cerrado, escribo esto el día 56 tras el inicio del confinamiento, penúltimo día de la llamada fase 0.
Pienso, esperando equivocarme, que a los emigrantes se les van cargar prejuicios aún mayores.

Castro Lorenzo.